En Santa Coloma de Cervelló, a muy pocos kilómetros de Barcelona, se encuentra la iglesia de la Colonia Güell, considerada obra maestra de Gaudí.
El 4 de Octubre de 1908 se coloca la primera piedra de lo que sería la cripta de la Colonia Güell. Unos años antes, Eusebi Güell encarga a su protegido una iglesia para que los obreros de su fábrica textil pudiesen celebrar oficios religiosos.
Gaudí concibió una maqueta estéreo-funicular como un sistema de determinación de formas intrínsecamente estables. Se presume que, aunque este sistema ya era conocido, no se había utilizado para diseñar edificio alguno, hasta que el propio Gaudí proyectara la Cripta. Para él, la maqueta era un instrumento, un método de comprobar la estabilidad del edificio antes de construirlo.
La Cripta serviría como ensayo al arquitecto para sus diseños posteriores en relación a su obra maestra, la Sagrada Família. Como ésta, también la Cripta de la colonia Güell quedaría inacabada. El caso es que Güell decidió dejar de subvencionar las obras y Gaudí decidió techar y darlas por finalizadas. En total estuvo desde 1898 hasta 1914 trabajando en ella.
Primeras intervenciones
En 1969, el capellán de la iglesia, asesorado por el arquitecto Joan Bassegoda, gran conocedor de la obra Gaudiniana, realiza el empedrado de todo el entorno de la iglesia. Estos trabajos han quedado definitivamente revocados en la última y polémica restauración que se realizó desde 1999 y cuyas obras finalizaron en 2004.
La restauración de la polémica
En 2004 se hace público el manifiesto promovido por la Plataforma Disparate en la Colonia Güell, en el que nombres de reconocido prestigio como Antoni Tàpies, Ricardo Bofill, Perejaume, Juan José Lahuerta, Carme Pinós, Benedetta Tagliabue, Xavier Rubert de Ventós o Beth Galí, entre otros muchos, se quejan en que el espíritu de esta intervención entra en conflicto con lo que debería significar una actuación en una obra considerada patrimonio de la humanidad, haciendo gala de una prepotencia que se materializa en el uso de soluciones y materiales ajenos al espíritu Gaudiniano, queriendo incluso rivalizar con éste o pretendiendo ponerse a su altura, sugiriendo que el año de la restauración es el año en que se «acaban» las obras de la Cripta. Esto último es considerado el mayor disparate y se hace patente en el hecho que el equipo de arquitectos encargados de la restauración haya situado un monolito con las fechas de inicio y la fecha de finalización de la la restauración, seguidas de la palabra Amén.
La defensa de los restauradores
El arquitecto al frente del equipo que dirigió los trabajos es Antonio González Moreno-Navarro, junto a su hermano Josep Lluís y Albert Casals.
Antonio González era en aquel momento jefe del servicio de Patrimonio de la diputación de Barcelona, y fundamenta su defensa en un punto de vista científico. Según Josep Lluís «se puede hacer algo muy discretito, que era algo que estuvimos barajando, pero al final llegamos a la conclusión de que en un edificio de Gaudí no podíamos poner un pavimento de azotea. Había que darle cierta dignidad. Por eso colocamos una piedra natural que no imita a Gaudí, pero tampoco entra en contradicción con él, y todo el remate del muro, que había que tapar, porque si no, el agua entraría, se ha cubierto de basalto…»
O también «Pero no hay que olvidar que una cosa es tener la responsabilidad de que aquello funcione y otra opinar desde fuera».
Lo que se hizo fue desmontar los elementos añadidos en la intervención previa, supervisada por Bassegoda, planteando una nueva cubierta que recogía las trazas de las esperas dejadas por Gaudí para recibir la estructura de la iglesia, en caso que ésta se hubiera continuado. El resto de elementos, incluyendo el pórtico del acceso y la rampa ideada por Gaudí para ascender de nivel, se cubrió con chapa de zinc. Para acceder a esta nueva cubierta se habilitó un nuevo acceso mediante un peldañeado de piedra natural.
El manifiesto de la controversia
Los autores del manifiesto llegaron a solicitar al alcalde de Santa Coloma de Cervelló la paralización de las obras, abriendo un debate acerca de la conveniencia o no de aproximarse a una obra como ésta de una manera valiente y, digamos, sin ocultar el propio yo del restaurador, contra una actitud anónima que, si bien no desea «inventar» lo que haría el genio, se mantiene al margen en un ejercicio de contención, únicamente entendiendo la intervención como un bien necesario para la conservación del monumento.
En este sentido, la Cripta no es la única obra de Gaudí a la que persigue la polémica. Recordemos también los casos del Parque Güell, con la utilización de determinado tipo de cerámica en el trencadís del banco perimetral de la plaza, o el auditorio habilitado en el sótano de la Pedrera. Aunque sin duda, la obra más polémica sea la continuación de la Sagrada Família: ¿no es también un tremendo alarde de prepotencia suponer cómo sería el templo si lo acabara el propio Gaudí?
En cualquier caso, juzguen ustedes mismos. ¿Es realmente un disparate la restauración de la Cripta de la Colonia Güell? ¿Se han extralimitado los arquitectos en su cometido?¿Ven ustedes indicios de buscar relevancia con esta obra? ¿Desvirtúa esta intervención el espíritu del monumento, como apuntaban los del manifiesto?
Hombre, pues yo creo que un poco, si… De igual modo a como Viollet-le-Duc intervenía en Notre-Dame o en Carcassone, buscando probablemente más una reinterpretación o una mejora del edificio original, en lugar de únicamente resolver a nivel técnico, intentando restituir el estado original, aquí se ha contrapuesto una estética muy marcada al aspecto humilde del edificio proyectado por Gaudí, buscando un contraste, huyendo de la imitación.
A diferencia de Viollet-le-Duc, John Ruskin, contemporáneo suyo, era de la opinión que los edificios nacen, viven y mueren. Cualquier restauración del mismo, más allá de una operación de conservación para evitar la ruina, supone un acto de vandalismo y destrucción del monumento. Así lo dejó plasmado en su libro Las siete lámparas de la arquitectura.
Posteriormente, ya en 1931, se publica la Carta de Atenas. En ella, Camilo Boito, considerado el padre de la restauración científica o moderna, aboga por la coexistencia de los diferentes períodos, diferenciando claramente lo antiguo y el añadido moderno, eliminando los falsos históricos.
Son dos maneras de entender el problema: una corriente que plantea la reconstrucción, la intervención estilística, queriendo terminar la obra inacabada, contra una idea de conservación mediante el respeto al mensaje histórico, actuando únicamente para la consolidación y reparación.
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