El expolio nazi: el mayor saqueo de la historia del arte
¿Qué tienen en común Leonardo da Vinci, Emil Nolde y Pissarro? Los tres son pintores, si. De diferentes épocas y representando muy diferentes estilos.
Lo que les une, más allá de lo evidente, es que los tres pertenecen al extenso club de artistas represaliados o cuyas obras fueron expoliadas sistemáticamente por los nazis, entre 1933 y 1944.
La Dama del armiño, de Leonardo Da Vinci
El expolio nazi: la historia de un robo organizado
Setenta y cinco años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, no hay semana en que no tengamos alguna novedad sobre las familias de las víctimas del expolio que los nazis llevaron a cabo. Se estima que aún podría haber del orden de 100.000 obras de arte exhibiéndose en Museos o Galerías de coleccionistas privados, que fueron robadas a propietarios ahora anónimos.
Héctor Feliciano: el Robin Hood del arte expoliado
Cuando Héctor Feliciano, periodista, cubría una exposición como corresponsal en París para The Washington Post, oyó hablar por primera vez del arte expoliado por los nazis.
En ese momento, se inició una búsqueda que le llevó a descubrir el mayor archivo existente en los Estados Unidos, que no era otro que el ejército americano: más de 13 millones de folios, donde se recopila minuciosamente el expolio. Los nazis también contaban con sus propios archivos, perfectamente inventariados.
Un tercio de todo el arte que los nazis expoliaron a sus víctimas se hallaba hacia el final de la guerra en manos del propio Hitler que, junto con su principal Mariscal Goering y Alfred Rosenberg, acumulaban cerca de 100.000 cuadros, 500.000 objetos de mobiliario y un millón de libros.
Así fue como París dejó de ser la capital mundial del arte, pasándole el testigo a la ciudad de Nueva York.
Pues bien, nuestro amigo Héctor Feliciano se dedicó, tras su descubrimiento, a la ingente tarea de devolver tantos cuadros valiosos como pudo a sus legítimos propietarios, o sus descendientes. Cuadros de Rembrandt, Cézanne, Matisse, Degas, Vermeer… La mayoría de estos cuadros habían ido a parar a grandes Museos repartidos por el mundo. También a España, como veremos más adelante.
El «arte degenerado»
Hitler se consideraba un amante del arte, incluso hizo sus pinitos como pintor, con desafortunado resultado. Pero a los nazis, y sobretodo al propio Hitler, no le gustaba por igual todo tipo de arte.
Tenía la convicción que el único Arte Puro era el arte alemán. Un arte ario, alejado del otro «arte degenerado», como ellos lo llamaban.
El arte degenerado era el arte paria, el arte maldito de las vanguardias pictóricas, sobretodo de los pintores expresionistas como Grosz, Beckman, Heckel, pero también los Kandisnski, Klee, Cézanne, Van Gogh, o el propio Picasso.
Los integrantes del partido nazi, como todos sabemos, odiaban todo lo extranjero, eran excluyentes en lo que tenía que ver con la identidad racial. Pero también proyectaron esa intransigencia hacia el mundo del arte, rechazando todo aquello que no encajaba en sus ideales.
La joven Pareja, Emil Nolde
Emil Nolde fue un pintor alemán, nacionalsocialista convencido, antisemita visceral, pero caído en desgracia debido a la afinidad de su obra pictórica con la de Van Gogh o Munch. En Lección de Alemán, obra del escritor Siegfried Lenz, Nolde inspira al personaje principal, Max Ludwig Nansen, pintor a quien el régimen prohíbe ejercer como tal, al ser calificado de poco heroico y degenerado. Su arte era enfermizo, a ojos de los nazis. De inexistente raigambre alemana:
¡Esas caras verdes, esos ojos mongólicos, esos cuerpos con cicatrices, tanto extranjero…! ¡Sólo pinta cosas enfermas! Jamás se le ha ocurrido pintar ni un rostro alemán.
El «Raubkunst»
El Raubkunst, o arte expoliado por los nazis tuvo a sus principales víctimas entre los judíos y los perseguidos por el régimen nazi. Éstos, en su demente persecución del ideal de pureza aria, despreciaban todo lo que no tenía una raíz germánica.
En 1937, la Sociedad de Arte Alemán, fundada en 1920, organizó la «Gran Exposición de Arte Alemán«. Se trataba de un acto de propaganda perfectamente orquestado para definir y dar a conocer lo que debía ser el arte alemán de la Nueva Era. Alemania ya no acogería más pinturas o esculturas que parecieran estar hechas por niños de ocho años, o por cavernícolas.
Pues bien, sólo un día después de que abriera sus puertas esta exposición de arte alemán, otra muestra de carácter radicalmente opuesto se inauguraba en el Museo Arqueológico de Munich: la «Exposición de Arte Degenerado«. El emplazamiento estaba cargado de simbolismo. Lo que allí se exponía pertenecía ya a la categoría de piezas arcaicas, objetos de un pasado cada vez más remoto. En definitiva, la antítesis de lo que se mostraba en la otra exposición. Lo bueno y lo malo. Qué obsesión tienen los sistemas autoritarios, con ese afán por un reduccionismo binario miope y empobrecedor.
En fin, lo más interesante de todo este asunto, es que, curiosamente, mientras que la primera exposición, ese dechado de virtudes, la luz del gran pueblo alemán, se clausuró en otoño de 1937 con una media de 3.200 visitas diarias y un total de 400.000 visitas, la otra, esa cámara de los horrores con pinturas judías, comunistas, degeneradas, recibió casi 23.000 visitas diarias. En total, pasaron por la exposición…..¡más de dos millones de personas, en sólo dos meses!!!
Cómo no, el régimen vendió que el impulso que atrajo a los visitantes era una intención de burla, ante la incomprensión por ese arte decadente y quasi pornográfico.
Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia
De Camille Pissarro, pintor judío. Hoy cuelga en las paredes del Museo Thyssen de Madrid. La historia de este cuadro es la historia de un sinfín de otras pinturas que siguieron una suerte similar, si no peor.
Efecto de Lluvia, Pissarro
Hay que remontarse a 1938, en que las leyes que Hitler promulgó, anticipando el desastre, privaron de sus derechos a los judíos. También de su patrimonio. Las nuevas autoridades sabían que el cerco que se estrechaba sobre los ciudadanos de origen judío provocaría una propensión a abandonar Alemania, emigrando hacia Estados Unidos, como principal destino.
Otto y Lilly Neubauer, como muchos otros ciudadanos alemanes y judíos, tiraron la toalla y, temiendo por su vida, decidieron exiliarse en 1939. Otto, un eminente oncólogo del hospital de Munich, y Lilly se habían casado ese mismo año. Partieron hacia Inglaterra, abandonando sus posesiones.
Antes de su marcha, como era habitual en estos casos, recibieron la visita de Jakob Scheidwimmer, galerista de Munich designado por las autoridades para valorar sus bienes y decidir qué obras no podían abandonar Alemania. Durante la visita, se detuvo ante el óleo del pintor impresionista Camille Pissarro.
Sabedor que, debido al carácter judío del autor, el cuadro no interesaría al Reich, decidió adquirir él mismo la pieza.
El precio fue miserable, irrisorio.
Más tarde, Scheidwimmer cambió el cuadro por tres pinturas costumbristas del siglo XIX, de autores ya olvidados, pero que entonces ocupaban un lugar destacado en el canon nacionalsocialista.
El cuadro fue requisado por la Gestapo, subastado, pasó de mano en mano y finalmente se le perdió la pista.
Durante la posguerra, los Neubauer, que habrían sobrevivido gracias al exilio, intentaron recuperar la pintura. Las fuerzas aliadas hicieron lo posible por logarlo, pero fue imposible. Finalmente, en 1951 apareció en Los Ángeles, lo había adquirido un coleccionista en San Luis. Más tarde, en 1976, otro marchante se hizo con él. A éste último, se lo compró el barón Von Thyssen-Bornemisza, gran amante de ese «arte degenerado«.
Actualmente, el cuadro sigue siendo reclamado por los herederos de los Neubauer, que, pese a una reciente sentencia, no desisten a seguir luchando.
La Dama del armiño
El tercer cuadro que menciono es del gran Leonardo Da Vinci. Pertenece al capítulo de obras expoliadas por los nazis en Polonia, y en este post de su Blog, Montse Díaz explica maravillosamente bien su historia.
El Expolio Nazi, de Miguel Martorell
La Segunda Guerra Mundial fue una bendición para coleccionistas, aprovechados, advenedizos de toda índole. Muchos eran empresarios quienes, como Alois Miedl, cuando sus negocios cayeron en bancarrota debido a las penurias causadas por la guerra, se tiraron de cabeza al mercadeo con las obras de arte.
En esta obra del historiador Miguel Martorell se puede seguir el rastro de todos ellos, desde el mismísimo Hitler, sus hombres de confianza y toda la constelación de saqueadores que, lejos de actuar por amor al arte, se guiaron por un desmedido afán de poder y un obsceno ánimo de lucro.
Este interesante libro cuenta también cómo el contrabando del arte procedente del Tercer Reich desplegó sus tentáculos más allá de Alemania o Francia. Efectivamente, llegaron a España, contando para ello con la complicidad inestimable de la dictadura de Franco. ¿Cómo no?
Arquitecto entusiasta de las nuevas tecnologías, con más de 20 años de experiencia en Proyecto y Dirección de obra: obra nueva en edificación residencial, vivienda colectiva y unifamiliar, retail, sanitario-asistencial, y reforma.
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