Mi abuelo era un artista. Le tocó vivir una difícil época y sacó adelante a una familia numerosa en un entorno donde sólo cabían dos posibilidades: o eras muy rico, o por el contrario, extremadamente pobre. Señoritos andaluces y sirvientes. Lo hemos visto, llevado al extremo, en Los Santos Inocentes, obra de Delibes llevada al cine de manera magistral por Mario Camus, en 1984.
Mi abuelo decía que la herramienta más perfecta que existe es la mano del hombre. Estuve – y sigo- de acuerdo. Yo añado: la fuerza más poderosa que existe es, sin ninguna duda, la voluntad del hombre. Cuando él decidió que debía abandonar su tierra para buscar una nueva vida que le permitiera salir adelante a él y a su familia, fue su determinación lo que le empujó a no fracasar en el intento.
Yo quiero bailar!
Hace unos días se cumplió un año desde que estallaran dos artefactos durante la maratón de Boston, en la que cuatro personas perdieron la vida y muchas otras sufrieron importantes amputaciones. Entre estas últimas, una joven bailarina, Adrianne Haslet-Davis, a quien el pasado 19 de marzo se pudo ver bailando de nuevo una breve rumba junto a su pareja de baile.
Haslet-Davies conoció, tras su lamentable tragedia, a Hugh Herr, director del Grupo de Medicina Biomédica del MIT, quien ha hecho posible que Adrianne volviera a bailar tan sólo un año después del atentado que le costó la amputación de su pierna!
Sin duda la ciencia le ha devuelto la posibilidad de seguir cumpliendo su sueño de bailar, pero han sido sus ganas, su pasión por mirar sólo hacia delante, lo que ha obrado el milagro.
La sordera de Beethoven
La Arquitectura es una música de piedras y la música, una arquitectura de sonidos
Es una de las más célebres frases de Ludwig van Beethoven, el genial compositor alemán. Uno de los más célebres de la historia de la música clásica. Para algunos fue el primer músico Romántico, que tuvo clara su condición de artista que se debe únicamente a su arte y no se somete a los deseos de los poderosos: rechazó trabajar para la nobleza, a diferencia que casi todos sus contemporáneos y los que los precedieron.
A partir de 1796 se fue quedando sordo progresivamente. Lo peor que le puede pasar a un músico. Lejos de acobardarse por su desgracia, intentó seguir componiendo, ayudándose de instrumentos de la época, como cuernos de gran tamaño ( no, no existía el sonotone). No es mi intención banalizar el sufrimiento que su enfermedad le debió ocasionar; es sabido que en la correspondencia que mantenía con sus hermanos manifestaba sus pensamientos suicidas. Lo cierto es que Beethoven siguió componiendo música, y su sordera aumentando, hasta el punto que se convirtió en una incapacidad auditiva total, que le obligaba a comunicarse con los demás mediante cuadernos.
Durante la primera etapa de su sordera, Beethoven adaptó el estilo de su música, mostrando una mayor profusión de tonos medios y bajos, notas que podía escuchar con mayor facilidad, a diferencia de los tonos agudos. Una de sus obras cumbre, la Quinta sinfonía, fue compuesta durante esta época. Comienza con un motivo de cuatro notas, repetido dos veces, representando el destino final del hombre, el célebre «ta-ta-ta-chan». En un vistazo a su partitura se puede apreciar la matemática de esta composición, casi como un ritmo de columnas en un templo. Está presente de forma cíclica durante toda la obra.
Pero su momento más sublime fue cuando, aquejado ya de una sordera aguda que había reducido su mundo a una vaga fuga de movimientos secos, y gracias a su enorme talento musical, consigue componer una pieza de inigualable maestría, entre 1818 y 1824, la Novena Sinfonía.
Durante su estreno, el compositor tuvo que ser asistido para dirigir la orquesta y al acabar, incapaz de oír la ovación que el auditorio le dedicaba, le tuvieron que avisar para que se diera la vuelta. Al ver al público en pie aplaudiendo y no poder oír nada de todo aquello, rompió a llorar.
La ceguera de Borges
Nadie rebaje a lágrima o reprocheEsta declaración de la maestríaDe Dios que con magnífica ironíaMe dio a la vez los libros y la noche
Jorge Luis Borges, imprescindible escritor y poeta argentino, uno de los más destacados autores de la literatura del siglo XX. Erudito inigualable, siempre se manifestó más orgulloso de lo que había leído que de lo que había escrito.
El anterior Poema de los Dones condensa su angustia por haber recibido a la vez dos dones simultáneos y contrapuestos: en 1955 le nombran director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina y, paralelamente, toma conciencia de que debe abstenerse por completo de leer y escribir, debido a su cada vez más irreversible ceguera. Imagino lo que debe sentir alguien para quien la literatura lo era todo, rodeado de aquellos incunables sin poderlos leer. Borges sentía tal pasión por las letras que, siendo consciente de lo que se perdía en las traducciones, no dudaba en aprender un idioma únicamente para poder leer a un autor en su lengua.
Su ceguera, de igual modo que la sordera de Beethoven, fue gradual. Desde 1955 se ve obligado al uso del bastón. Curiosamente, tanto su padre como su abuelo habían muerto ciegos. Junto a los espejos y los laberintos, la ceguera se convirtió en una constante en su obra. Aunque, y aquí viene el punto en común con los dos anteriores parágrafos, Borges no vivió su ceguera como una tragedia, desgracia o frustración, bien al contrario, como una puerta abierta a la posibilidad de profundizar en su mundo interior, desde donde emanaba su arte. Para Borges la ceguera no era una discapacidad, dino que lo vivió y lo entendió como una capacidad diferente, distinta, que le permitía ver el mundo de manera distinta.
Su obra está plagada de referencias a esta particularidad, pero destacaría su confesión el La rosa profunda:
<<Al recorrer las páginas de este libro advierto con algún desagrado que la ceguera ocupa un lugar plañidero que no ocupa en mi vida. La ceguera es una clausura pero también es una liberación, una soledad propicia a las invenciones, una llave, un álgebra>>
Fue Truman Capote quien dijo, en Música para camaleones: <<cuando Dios le da a uno un don, también le da un látigo. Y ese látigo es únicamente para autoflagelarse.>>. Puede ser que a los que recibieron ese premio divino, cualquier contratiempo no les ha de servir sino para aferrarse más fuertemente a su música, a su arte, consiguiendo que los simples mortales de aquí abajo tengamos que cerrar un poco más los ojos para que su deslumbrante brillo no nos ciegue aún más.
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